Nunca se imaginó que sus pies recorrieran un día ese camino. Víctor, siempre que oía hablar del Camino de Santiago le venían a la mente los curas y la iglesia y el se consideraba una persona agnóstica, la vida le había hecho descartar todo aquello que no pudiera comprender por sí mismo. Esa fe que movía a los peregrinos a caminar hacia el oeste, hace mucho tiempo que dejo de sentirla en su interior.

            Sin saber cómo ocurrió, un día, la mirada de un peregrino se reflejó en sus ojos y entonces comenzó la búsqueda de esa mirada, también él quería poseerla y vio que la única forma de conseguirlo era hacer lo mismo que el peregrino, caminar en libertad hacia Santiago.

            Recorrió el mismo camino que la mayoría de los peregrinos y enseguida sintió ese embrujo que algunos logran ver en cada piedra, en cada rincón y en cada pueblo del Camino Francés. Cuando llegó a Santiago se olvidó de si había conseguido esa misma mirada que un día vio en aquel peregrino, aunque tampoco le importaba, había algo en su interior que le decía que había cambiado, que el camino le había cambiado y ahora era feliz porque valoraba las cosas de una forma diferente y se sentía un ser nuevo. El camino le había hecho renacer, ahora vivía una nueva vida y se sentía muy dichoso cada vez que colgaba sobre sus hombros la mochila y se ponía en cualquiera de los caminos que conducen a Santiago.

            Después del primer camino, vinieron otros, cada vez que Víctor podía, se iba al camino. Ahora su ilusión era salir caminando desde la puerta de su casa, como hacían los antiguos peregrinos con los que cada vez más soñaba.

            Víctor era un peregrino que debía esforzarse más que los demás para finalizar una etapa, debido a su sobrepeso era como si llevara encima dos mochilas extra, además de la que contenía sus pertenencias y ese peso extra se acababa sintiendo según iban acumulándose los kilómetros.

            La infraestructura de alojamientos que disponía en el nuevo camino que se proponía recorrer, era muy escasa. No era uno de los caminos que acostumbran a realizar los peregrinos por lo que la señalización y los lugares de acogida son más bien escasos, por lo que permanentemente debía estar muy pendiente del camino que tenía que seguir y cuando finalizaba cada etapa, comenzaba la angustia de localizar un lugar donde poder refrescarse y dormir. En unas ocasiones ocupaba las dependencias que le proporcionaba la iglesia, en otras era el ayuntamiento quien le proveía de algún lugar que estuviera bajo techo. Cuando no había ninguna posibilidad de dormir a cubierto en un lugar cerrado, siempre quedaba el pórtico de las iglesias que aunque se encontrara abierto a las inclemencias del tiempo, al menos cuando llovía, disponía de un lugar en el que resguardarse de la lluvia. Si el tiempo era bueno, buscaba un prado o un bosque y dormía arropado únicamente por un gran manto de estrellas.

            El camino estaba resultando muy solitario, no se encontró con ningún peregrino, pero en parte era lo que él estaba buscando, deseaba esa soledad que le permitiera pensar. Pensar en su vida, en los proyectos que tenía por delante que ahora se encontraban aparcados debido a la crisis general que había en la sociedad  y sobre todo, pensar en su compañera, también era peregrina. Todos los días, cuando había finalizado cada etapa le llamaba para animarle y los fines de semana se acercaba a verlo y caminaban alguna jornada juntos mientras compartían las experiencias y sensaciones que Víctor se estaba encontrando en este nuevo camino.

            En el mes de septiembre, los campos de castilla ofrecen un paisaje hermoso pero muerto, los fuertes rayos del sol habían extraído la clorofila de las plantas. Uno o dos meses antes, los campos de cereal habían sido segados y la vegetación era árida, todo estaba muy seco, los arbustos y matorrales que había a ambos lados del camino se llegaban a confundir con la tierra. Solo de vez en cuando en el horizonte divisaba una plantación que parecía estar llena de vida. El verdor de las cepas con las uvas ya en plena madurez, contrastaba con la vegetación seca que predominaba por todos los lados.

            Cuando cruzó el río Duero, de nuevo los campos yermos eran lo que su vista tenía en todo momento, hasta el horizonte todo se encontraba seco, pero esa era su tierra y a pesar de su dureza y los contrastes que podía mostrar dependiendo la estación en la que nos encontráramos, él la quería, amaba esa tierra y disfrutaba recorriendo ese camino por los lugares que tan buenos recuerdos traían a su mente.

            Absorto en sus pensamientos, no se percató de las irregularidades que presentaba el camino hasta que al pisar una piedra, sintió un chasquido en el tobillo, se lo había torcido y el dolor hizo que cambiara la expresión de su rostro. De su mente enseguida se evaporaron todos los pensamientos que tenía y se ocupó de lo que le había ocurrido y se preocupó por las consecuencias que eso tendría.

            Se despojó de la mochila y se quitó las botas, no había nada roto, quizá algunos ligamentos, eso no le impediría llegar hasta el siguiente pueblo que se encontraba a media docena de kilómetros, donde, con la cabeza más fría decidiría lo que iba a hacer.

            Aunque no había mucho que pensar, ya en otras ocasiones había sufrido el mismo percance y sabía la evolución que iba a tener, en el momento que se enfriase el pie, comenzaría a hincharse el tobillo y se vería obligado a dejar el camino.

            Era un contratiempo con el que no había contado, aunque sabía que eran cosas que podían ocurrir en el camino. Era una desgracia porque aquí se terminaba su camino ya que al menos tendría que tener el pie en reposo una semana hasta que la inflamación se fuera reduciendo.

            Se sintió aliviado al ver a lo lejos la torre de la iglesia del pueblo, ya solo quedaba un último esfuerzo para llegar y allí podría descansar y recuperarse.

            Según caminaba ensimismado en sus pensamientos, cientos de mariposas comenzaron a revolotear a su alrededor, si él se paraba ellas movían las alas manteniéndose en equilibrio sin avanzar y cuando avanzaba mantenían el mismo ritmo que él.

            Las mariposas eran pequeñas, tenían un color blanco amarillento y se camuflaban perfectamente en la vegetación que había a su alrededor. Cuando Víctor se detenía con la intención de sacar una foto para cerciorarse que no se trataba de una alucinación y para que cuando lo contara se lo creyeran, ellas se posaban en los arbustos y matorrales mimetizándose con ellos, por lo que en las fotos que logro hacer no consiguió que se apreciara nada. Se aseguró que no se trataba de un sueño cuando extendió sus manos y permitió que algunas mariposas se posaran en ellas, entonces sintió el suave contacto de las patas de estos diminutos insectos en las terminaciones nerviosas de su piel.

            Durante la hora que transcurrió desde su lesión hasta la llegada al pueblo, las mariposas no le abandonaron ni un instante y cuando llegó a la primera casa, como por arte de magia todas desaparecieron o quizá se evaporaron.

            Victor se percató en ese momento que desde la aparición de las mariposas, no había sentido ninguna molestia en el pie. Aquello resultaba tan extraño, como la aparición de los pequeños animales, quizá aun era algo más extraño, ya que él conocía sobradamente la lesión por haberla padecido en casi una decena de ocasiones y ahora no se estaba comportando como lo había hecho otras veces, eso le inquieto.

            Cuando llegó a uno de los bares del pueblo, se desprendió de la mochila y mientras le servían una cerveza muy fresca, se quitó la bota pensando que ya se comenzaría a percibir la inflamación, pero ante su sorpresa, el pie se encontraba lo mismo que cuando por la mañana lo cubrió con su calcetín antes de anudarse la bota. Palpo y apretó la zona dañada, donde había sentido el chasquido pero no sentía ningún dolor, no había ninguna molestia que delatara el esguince que había sufrido una hora antes.

            Se alegró como nunca, podría continuar su camino sin que el contratiempo o percance sufrido le obligara a tener que abandonar como él había temido.

            Tumbado en la litera, su mente comenzó a pensar que en contra de lo que él creía, ese no era un camino tan solitario. Durante cientos de años, había sido recorrido por miles de peregrinos que habían ido impregnándolo de esa esencia y esa magia que a veces se llega a manifestar de la forma más extraña y no le cabía ninguna duda que los espíritus que aun seguían por el camino fueron sus compañeros durante los últimos kilómetros.

            Al día siguiente no recordaba si estos pensamientos los había tenido antes de quedarse dormido o fueron los sueños que le vinieron a la mente mientras se encontraba durmiendo.

 

Sentimientos Peregrinos