El viejo hospitalero constituía una rica fuente de conocimiento. Representó para mi un enorme placer haber conocido a este hombre en uno de esos albergues muy humildes que hay en el camino francés. Parecía acumular tanta sabiduría que al final de nuestra estancia juntos, llegué a pensar que cada una de las arrugas que surcaban su cara, representaba una muesca por cada uno de los caminos que había recorrido.
Simón era una persona muy reservada, solo decía las palabras justas, pero después de escucharlas sabia que no sobraba ninguna, pero tampoco hacia falta añadir ninguna más, ni tan siquiera una letra, porque con lo que decía, satisfacía la curiosidad o la duda de quien le preguntaba.
También era muy hábil haciendo su trabajo, no solo economizaba en los recursos que disponíamos para hacer nuestra tarea, principalmente sabia como ahorrar tiempo, aunque en varias ocasiones pensé que eso no era necesario ya que disponíamos de todo el tiempo del mundo. Pero Simón siempre me decía que había que saber como utilizar cada minuto de nuestra existencia, porque es único e irrepetible y no volveremos a vivirlo nunca más.
Su parquedad, hizo que los primeros días no llegara a comprenderle muy bien, incluso llegue a pensar que se sentía molesto e incomodo por mi forma de ser o por mi comportamiento, pero pronto comprendí que él era así y lo acepte como él me aceptó a mí, tal como éramos sin pensar en nada más.
Tenía la habilidad de saber siempre la palabra precisa que en cada momento debía decir a los peregrinos, incluso sus silencios, tenían también sentido ya que desprendía con cada palabra y con cada acción una sensación de paz que a todos los que le conocimos llego casi a emocionarnos.
Como yo deseaba aprender muchas cosas, siempre estaba preguntándole, pero él casi siempre me respondía que cada cosa en su momento y aunque no comprendía lo que quería decirme, no seguía insistiendo. Parecía tan seguro de todo que me resultaba impropio rebatir o cuestionar cualquier palabra o decisión suya.
Apenas salía del albergue, cuando terminábamos de hacer la limpieza diaria, disponíamos de casi seis horas antes que comenzaran a llegar los peregrinos. En varias ocasiones quise animarle a que me acompañara a dar un paseo por los alrededores del pueblo o a visitar alguno de los bares para relacionarnos con las gentes del lugar. Pero él siempre con una delicada sonrisa, declinaba las invitaciones que le hacía y se refugiaba en un solitario banco de piedra que había al fondo del patio, junto al pozo en el que arrojaba casi todo el día la sombra una enorme higuera que había allí plantada.
Así podía pasarse varias horas, inmóvil sin que ningún músculo de su cuerpo se moviera, solo de vez en cuando los dedos atusaban su larga barba plateada. Hubiera llegado a pensar en más de una ocasión que se había quedado dormido o que había dejado de respirar y se encontraba en un estado placentero de éxtasis.
Llevábamos ya una semana juntos y en varias ocasiones me interese por los motivos que le habían impulsado a caminar. Es un detalle que me interesa conocer ya que me ofrece una visión importante de la persona con la que estoy hablando, pero Simón siempre me respondía lo mismo: “cada cosa a su tiempo” y no volvía a insistir, aunque llegue a pensar que se acabaría nuestra estancia juntos y ese momento no se produciría nunca.
Quedaban solo dos días para dejar el albergue, la quincena que teníamos asignada estaba llegando a su fin y ese día teníamos muy pocos peregrinos en el albergue. Cuando estos se retiraron a sus literas a descansar, como hacía la mayoría de las noches, prepare una copa y salí a sentarme en uno de los bancos que había en el patio del albergue. Al encontrarse todas las luces apagadas, las estrellas lucían con un brillo especial y me gustaba contemplarlas mientras fumaba un cigarrillo. Era uno de esos momentos especiales que hay cada día y siempre deseaba que llegara procurando prolongarlo lo más posible.
Me sorprendió que Simón saliera también al patio a esas horas. Era su momento de lectura y mientras yo fumaba el último cigarrillo del día, él solía quedarse leyendo y se iba a acostar una hora después que yo me encontrara en la cama. Muchos días ni le sentía llegar ya que cuando silenciosamente abría la puerta del cuarto, me encontraba durmiendo el primero de los sueños de cada noche y debo confesar que era tan sigiloso que jamás llego a despertarme.
Se sentó en un banco que había al lado del que yo me encontraba y carraspeo mientras contemplaba el firmamento antes de comenzar a hablar despacio como si no quisiera despertar a los que se encontraban en el cuarto más próximo o como tratando de que nadie más escuchara lo que iba a contarme.
Me dijo que hacía muchos años, cuando su pelo aun era negro como el azabache y su cara no contaba con ninguna arruga, durante unas navidades que preveía pasarlas en solitario, decidió irse a caminar, recorrería el Camino de Santiago durante los diez días que tenía libres.
La climatología en esas fechas no era la mejor que podía desear y se agravó aún más al llegar a tierras gallegas cuando un frente nuboso entró por el oeste y estuvo varios días descargando la humedad que llevaba. Con el frío del ambiente, las gotas antes de rozar el suelo se habían convertido en copos de nieve, que llegaron a cambiar la fisonomía del paisaje convirtiendo todos los paisajes que la vista alcanzaba a ver en un gran manto de algodón blanco.
A pesar de las dificultades y la dureza que suponía caminar con nieve, para Simón estaba resultando algo diferente y le resultaba muy gratificante. En absoluto le llegó a resultar monótono ya que las irregularidades del terreno conformaban imágenes a las que iba dándoles diversas formas según caminaba. Una loma se parecía a un conejo o era como una silueta humana recostada y la peña más lejana se parecía a la cara de un fraile. También los castaños y los eucaliptos tenían sus ramas cargadas de nieve, algunas soportaban tanto peso que estaban a punto de ceder si no se producía un rápido deshielo.
Según caminaba bajo los árboles, de vez en cuando movía una rama y disfrutaba viendo como una avalancha de nieve se precipitaba hacia el suelo.
Algunos animales que se habían aventurado a salir para buscar su alimento y también el que necesitaban sus crías que esperaban en el calor de sus madrigueras, habían dejado sus huellas sobre el manto blanco a la espera que una nueva precipitación las volviera a cubrir.
Donde más atento debía estar era en los cruces de caminos. El manto blanco lo había cubierto todo y habían desaparecido las flechas amarillas y las señales que venía siguiendo desde que comenzó a caminar. Pero sabia que mi instinto no me traicionaría, me orientaba a la perfección y solo debía seguir hacia el oeste, observando el ocaso del sol. No obstante, cada vez que me encontraba ante un cruce de caminos, con la punta de su bordón retiraba la nieve hasta que localizaba restos de pintura amarilla y veía la flecha que me indicaba el camino que debía de seguir.
Estaba disfrutando mucho esa jornada, tanto que cada vez que observaba un paisaje diferente hacía una parada y me sentaba para contemplarlo. No tenia prisa por llegar porque era consciente que pasaría mucho tiempo antes que pudiera volver a disfrutar de una jornada como la que estaba recorriendo.
Fueron tantas las paradas que realice, que el tiempo se fue pasando sin que me diera cuenta de ello y pronto la oscuridad comenzó a hacer acto de presencia y vino acompañada de una niebla que se fue acercando cada vez más al suelo hasta que consiguió inundarlo todo haciendo que el camino desapareciera por completo. Ahora solo me guiaba por mi instinto, pero a cada paso que daba me surgía la duda que lo hiciera en la dirección correcta.
Mi única esperanza era que entre la niebla pudiera divisar algunas luces que me indicaran la dirección que tendría que seguir para legar a alguna de las desperdigadas aldeas que tenia que haber por los alrededores. También valore detenerme donde estaba y buscar un sitio que estuviera resguardado de las inclemencias del tiempo para poder pasar la noche, pero enseguida descarte esta idea ya que presentía que muy pronto comenzaría de nuevo a nevar.
El camino por el que me desplazaba, era una corredoira de no más de dos metros de anchura, pero el firme parecía seguro y no presentaba irregularidades. En los extremos del camino, habían crecido durante años unos castaños que ahora eran casi centenarios. De sus gruesos troncos salían unas ramificaciones que les conferían un aspecto un tanto fantasmagórico que llegó a asustarme, pero me tranquilice al ver que estaba en campos de labranza y por allí debía haber algún lugar que se encontrarla habitado.
Entre la niebla, a unos metros me pareció ver una silueta que estaba sentada sobre un tronco caído en un lateral del camino, según me acercaba, la silueta se iba haciendo cada vez más nítida hasta que percibí los rasgos y las facciones de un venerable anciano que también me observaba mientras me acercaba a donde él se encontraba.
El hombre levantó su mano derecha a modo de saludo y le devolví el gesto mientras escudriñaba a aquel personaje que podía tener cualquier edad ya que sus facciones estaban muy marcadas y tenia una piel curtida y rugosa como si fuera un pergamino. Sus cabellos y la barba eran largas y estaban muy descuidadas, eran tan blancos como la nieve que nos rodeaba y me permitían ver unas facciones muy pálidas, apenas distinguía el color en sus mejillas. Los ojos eran pequeños y estaban casi hundidos en unas cuencas también muy rugosas bajo unas cejas muy pobladas que tenían unos pelos largos y rebeldes que apuntaban en todas las direcciones.
Se cubría con una vieja capa que estaba muy raída y de su hombro derecho colgaba un zurrón viejo de piel de oveja.
-No hace un día para caminar – me dijo el anciano cuando llegue a su lado.
-El día no ha sido malo, pero se me ha echado encima la noche y con esta densa niebla no he podido seguir el camino y creo que me he perdido. Menos mal que le he encontrado a usted, porque ya no sabia lo que hacer.
-Con esta oscuridad, no es bueno caminar, puede perderse y hay sitios peligrosos por los alrededores. Además, las alimañas, en días como estos suelen bajar de los montes en busca de las ovejas y los corderos que hay en los valles y si no encuentran nada para alimentarse, pueden llegar a atacar las personas.
-Sí, – le respondí – estaba comenzando a asustarme porque me sentía desorientado. ¿Es usted de por aquí?
-Aquí vivo desde hace mucho tiempo, creo que demasiado.
-Entonces podría decirme si este camino me conduce hasta el pueblo.
-No, va por un sendero equivocado – me respondió el anciano – un kilómetro más atrás se desvió del camino, debía haber tomado el sendero de la izquierda.
-Entonces, volveré sobre mis y pasos y tomaré el sendero que usted me dice – le comente.
-No hace falta, por aquí – dijo señalando a los matorrales – sale un pequeño sendero que le conduce hasta una casa en la que le darán acogida. Según se encuentra el camino con todo borrado por la nieve y esta niebla tan espesa, si trata de llegar hasta la aldea volverá de nuevo a perderse. Es mejor que pida hospitalidad en la casa y mañana reinicie el camino. Pero no vuelva a andar de noche porque es muy peligroso.
El anciano se levantó, lo hizo muy despacio, casi tanto como cuando hablaba, que lo hacía con una voz muy grave y cada palabra la decía con mucha calma. Me llamó la atención que cada vez que yo hablaba, cada palabra que decía al salir de mi boca y mezclarse con el frío aire, se producía un pequeño vaho, en cambio, cuando lo hacia el anciano este efecto no se producía, pensé que tendría su interior también muy frío o que ya estaba acostumbrado a este tiempo.
Se introdujo por un sendero que había a la izquierda de donde nos encontrábamos, era un pequeño camino de apenas medio metro por el que no podíamos avanzar los dos juntos. La maleza que había a nuestro lado se encontraba cubierta de nieve como lo estaba el camino. Me acerque lo más posible a él para no volver a despistarme y perderme de nuevo.
-¿Es usted peregrino? – oí como me preguntaba el anciano.
-Sí, disponía de unos días de vacaciones y quería sentir esas sensaciones de hacer el camino en estas fechas.
-El camino a veces puede convertirse en una trampa peligrosa – me dijo – pero en estas fechas, llega a convertirse en un sendero mortal.
-Acabo de comprobarlo y no dude usted que seguiré su consejo y a partir de ahora, antes de que anochezca procuraré estar en el lugar de acogida que me proporcione el refugio ese día.
-Hay muchos peregrinos que como no conocen estos senderos se acaban perdiendo ignorando siempre el peligro que les acecha.
El sendero tenia una ligera inclinación por lo que fuimos ascendiendo hasta que llegamos a lo alto de una suave colina por la que ascendimos algo más de un kilómetro. Desde allí, logre divisar a unos cientos de metros una tenue luz que era casi absorbida completamente por la niebla, pero su tenue brillo era como ese faro en medio de la tempestad que tiene la fuerza suficiente para guiar a los barcos que van a la deriva.
-Siga este sendero sin desviarse de el y llegara a la casa, allí podrá resguardarse esta noche y mañana podrá seguir su camino, además enseguida volverá a nevar por lo que es mejor que se vaya cuanto antes.
-¿Usted no me acompañara? – pregunte mientras miraba la luz salvadora que estaba ya al alcance de mi mano.
-No, yo debo quedarme en el bosque, aun tengo cosas que hacer, debo buscar a mis ovejas descarriadas.
-Bueno, pues muchas gracias por su providencial aparición. Al menos dígame su nombre para saber a quien tengo que agradecer la ayuda que me ha prestado.
Al no obtener ninguna respuesta, me di la vuelta pero no vi a mi anciano salvados. Otee todo lo que la niebla permitía que mis ojos vieran, pero no había rastro de él. Le llame en voz alta, pero solo pude escuchar el silencio que había a mi alrededor.
Decidí continuar por el sendero que me había indicado el anciano, ya le buscaría mañana para agradecerle haber sido mi guía en unos momentos tan difíciles y complicados para mí.
Según me iba acercando a la casa, dos mastines guardianes de las ovejas, al sentir mi extraña presencia, comenzaron a ladrar alertando a los dueños de la casa que encendieron varias luces que había en el exterior.
Cuando me encontraba a una docena de metros, me vi frenado por los perros que se mostraban desafiantes mostrando sus fauces cada vez con más intensidad hasta que se abrió la puerta dejando escapar la luz que había en el interior. Logre percibir la silueta de un hombre y de una mujer que se encontraban en el interior de la casa.
-¿Quién va? – grito el hombre.
-Soy un peregrino perdido y desorientado – respondí – deseo pedirles que me acojan por esta noche. Me conformo con cualquier sitio que me libre de las inclemencias que hay aquí fuera.
-Acérquese – dijo el hombre mientras silbaba llamando a los perros que dejaron la actitud desafiante y ahora se mostraban sumisos a los pies de su dueño.
Con el alivio de sentirme seguro, me acerque a la casa. En el recibidor estaban Manuel y su mujer María, también vi como Isabel, la hija de estos descendía las escaleras del piso superior alertada por los ladridos de los perros y por los gritos.
– Madre de Dios, si esta usted empapado, vete a por leña – dijo María mirando a su marido – mientras yo voy llenando la bañera con agua caliente para que reaccione su cuerpo.
-Muchas gracias – respondí – pero no quiero causar molestias, con ponerme ropa seca es suficiente.
-¡Usted qué sabrá! – me interrumpió María – puede coger una pulmonía y eso es grave, ya vera como el agua caliente le devuelve el color y le reanima.
Al meterme en la bañera, sentí que volvía a vivir, pensé que quien era yo para cuestionar las decisiones y la voluntad de María, ella estaba tan acostumbrada a estas situaciones extremas que sabia como debía actuar en cada momento.
Con la ropa limpia y seca, parecía otra persona, había tenido la oportunidad de ver mi cara reflejada en el espejo del cuarto de baño y me vi tan demacrado que me sorprendí que aquellas personas, sin conocerme y con mi aspecto, hubieran tenido el valor de acogerme.
-Ahora le voy a preparar un caldo caliente que le va a dejar como nuevo – me dijo María.
-Señora, de verdad que no quiero molestar.
-¡Qué molestias ni nada!, el caldo ya esta hecho y solo tengo que calentarlo, tú – le dijo a Manuel – aviva la lumbre y vete a por más troncos para que se caldee bien la casa.
Me quede a solas con la joven mientras sus padres se afanaban en mantenerme bien atendido. Isabel debía rondar los veinte años y ayudaba a sus padres en las faenas del campo donde se encontraba muy a gusto, al contrario que les ocurrió a sus hermanos que en la primera oportunidad que tuvieron se marcharon a trabajar a las fábricas de la ciudad.
-¿Cómo ha conseguido llegar hasta aquí? – Me pregunto Isabel – el camino pasa por la aldea y está a más de seiscientos metros de aquí y para quienes no conocen el bosque, no resulta fácil llegar.
-Creo que me perdí, no veía las señales y me fui apartando del camino hasta que me encontré con un anciano que me guió hasta esta casa.
-¿Y ha hablado con él?
-Claro, él fue quien me dijo que me había desviado del camino y también me dijo que ustedes me darían acogida.
-¡Se le ha aparecido! ¡Gedeón se le ha aparecido y ha hablado con él! – gritó Isabel llamando la atención de sus padres.
-¡Madre de Dios¡ – exclamo Maria mientras se santiguaba y también Manuel dejando caer los troncos que traía en sus brazos, llevo su mano a la frente haciendo con ella la señal de la cruz.
-Quieren decirme lo que está pasando, están consiguiendo asustarme – les dije.
-Es mejor que tome el caldo y luego le contaremos todo lo que quiera saber – dijo María.
Tomé el gran cuenco de caldo caliente que estaba muy sabroso, decline comer un guiso que también me habían servido, no sé si fue porque había saciado ya el hambre que tenia o era por la ansiedad de escuchar lo que iban a contarme ya que habían conseguido que la inquietud por los gestos de sus caras se mezclara con algo de preocupación que deseaba satisfacer cuanto antes.
-Un carajillo sí que nos vendrá bien – dijo Manuel mientras escanciaba el contenido de una botella de orujo blanco en el humeante café.
Sentados alrededor de una mesa camilla en el que Manuel había puesto un brasero con las ascuas de roble el rojo vivo. Estábamos los cuatro tapados con un mantón que rodeaba la mesa, Manuel y yo sorbiendo el corajillo y las mujeres se habían preparado un café con leche.
Manuel lió un cigarrillo de picadura y me ofreció la petaca, la descarte cortésmente alegando que hacia varios años que había dejado ya el vicio.
Manuel comenzó a contarme una historia que las dos mujeres deseaban oír nuevamente, la habían escuchado muchas veces, pero siempre les resultaba diferente y parecía que disfrutaban cada vez que la oían de nuevo, sobre todo en una noche tan inclemente como esa con los copos de nieve golpeando los cristales de las ventanas en su caída.
Comenzó a contarme una historia que él había escuchado de pequeño a sus abuelos y luego a sus padres. Sus abuelos le dijeron que ellos también la habían oído de labios de sus abuelos y nadie se ponía de acuerdo cuando se produjo el hecho ya que se perdía en el tiempo.
Un día muy crudo de invierno, cayó una nevada como no se había conocido nunca y sorprendió por aquellos parajes a dos peregrinos que enseguida se desorientaron por el casi medio metro de nieve que borro completamente los caminos. La niebla también era muy espesa y apenas se podía ver nada. Cuando llegaron a la desviación del camino, ellos como me ocurrió a mí, tuvieron que decidir que camino debían seguir, uno optaba por el de la izquierda y el otro por el de la derecha, imponiéndose el criterio de este último que deseaba ir por el de la derecha. Unos doscientos metros después del lugar en el que me encontré con el anciano, hay un precipicio de unos diez metros que con la niebla no vieron y se precipitaron por el despeñándose y falleciendo.
El que había tomado la decisión de coger el camino de la derecha, no pudo acompañar al espíritu de su compañero porque se sentía responsable de la muerte de los dos y desde entonces se quedo vagando como un ánima en pena tratando de remediar la situación que había provocado su decisión.
Algunos que han conseguido verle y han podido hablar con él como hice yo, llegaron a manifestar que le oyeron decir que no descansaría hasta que salvara al menos a cien almas. Hasta que no lo consiguiera seguiría vagando por estas tierras y en los días como hoy se aparecería a los peregrinos extraviados para evitar que corran la misma suerte que él y su compañero.
Según iba escuchando la historia, sentía como todo el vello de mi cuerpo se estaba erizando como si hubieran puesto una corriente magnética alrededor de mi cuerpo. Tomé un vaso de orujo y el sorbo que lleve a mi boca fue quemándome las entrañas, aunque apenas sentía el calor que el destilado producía en mi cuerpo y me serví un nuevo vaso para ver si mis sentidos estaban aun en mi cuerpo ya que presentía que todos habían huido mientras escuchaba la historia.
-¿Pero me están hablando en serio? – balbucee.
-Piense en la persona que ha visto – dijo María – y díganos si la consideraría normal.
-Estaba todo tan oscuro y me encontraba tan asustado que casi no pude verlo bien.
-Pues quienes le han visto – dijo Manuel – aseguran que no es un ser normal.
-¿Y ustedes le han visto? – pregunté.
-¡Jamás!, a nadie de esta casa se le ha aparecido nunca, pero sentimos la presencia de su espíritu, sabemos que está ahí y con el tiempo ya nos hemos acostumbrado a él. Es un anima buena que lo único que hace es salvar la vida de los perdidos peregrinos y eso le ayudara a descansar algún día en paz.
-Pero ahora que he escuchado lo que me acaban de contar y al darme cuenta que he hablado con un ser que no es de este mundo, me siento aterrado – dije.
-Debe sentirse agradecido – matizo María – si no hubiera sido por él a estas horas quizá también se hubiera despeñado por el precipicio y estaría muerto.
-Tiene razón – dije – aunque nunca había pensado en esto, no creía que pudiera pasar y me siento aterrado.
-Piense en lo que hablo con él, en lo que le dijo y en como se lo dijo y se dará cuenta que es una persona afortunada – dijo Manuel – para nosotros es como un vecino más, alguien a quien no vemos pero sabemos que esta ahí. La pena que tenemos es que a ninguno se nos ha aparecido y si algún día lo hiciera, entonces le agradeceríamos lo que está haciendo. También trataríamos de convencerle que ya ha saldado con creces su error y es conveniente que se convenza de ello para que al fin pueda descansar en paz.
-¿Y su compañero no se ha aparecido nunca? – pregunte.
-¡No! – respondió María – su compañero había tomado la decisión correcta y cuando se mató, su alma abandonó su cuerpo y se fue a ese estado superior en el que se reúnen las almas cuando cambian de estado. Solo aquellas almas que sienten que dejan una deuda atrás al abandonar este mundo, no consiguen dejar del todo el lugar donde se separaron del cuerpo y entonces su espíritu vaga penando hasta que consiga esa paz que necesita para descansar el resto de la eternidad.
No lograba dar crédito a todo lo que estaba oyendo, pero les veía contarlo con tanta naturalidad que era imposible que fuera incierto, además, me había ocurrido a mí, lo había vivido yo, ahora comenzaba a ser consciente de lo que me había ocurrido y sabia que jamás podría apartar de mi cabeza aquel encuentro.
La familia me proporciono una cómoda cama en el piso superior. El calor de la estancia contrastaba con el frío del exterior que había padecido antes. A pesar de lo confortable que estaba y lo cansado que me encontraba, esa noche apenas pude pegar ojo, sentía escalofríos constantemente. La imagen del anciano no podía quitarla de mi mente por más que lo intentaba, incluso le sentía a mí lado, percibía constantemente su presencia, pero me fui sorprendiendo porque cada hora que pasaba me sentía menos atemorizado, me sentía deudor con él y quería agradecerle lo que había hecho por mí.
A la mañana siguiente, agradecí todas las atenciones que la familia había tenido conmigo e Isabel se ofreció a acompañarme hasta donde se encontraba el camino que debía seguir. No me despedí de ellos, solo les dije hasta pronto, porque algo me decía que volvería por allí.
Cuando llegue a Santiago, me arrodille ante los restos del Apóstol, le pedí que se llevara a aquel anima para que por fin pudiera encontrar su reposo ya que después de tanto tiempo y de tantas acciones buenas lo merecía más que nadie.
Cada año regresaba siempre que podía aquel camino y cuando me encontraba por las tierras en las que aconteció esta historia, voluntariamente me desviaba del camino y recorría el sendero de castaños y al llegar al tronco caído en el suelo me sentaba sobre el a fumar un cigarrillo y le agradecía a Gedeón lo que había hecho por mí y e pedía que dejara este lugar y fuera en busca de ese descanso eterno que le daría la paz que tan merecida tenía, pero nunca más volví a verle.
Una vez, sentí que estaba siendo observado, eran tres peregrinos que también se habían despistado y al verme hablar solo debieron pensar que estaba loco y regresaron sobre sus pasos.
Después me acercaba hasta la casa de la familia de Manuel, nos habíamos hecho muy amigos y ya casi los consideraba como mi familia. Me gustaba pasar una noche con ellos y la pasábamos hablando de Gedeón. Me comentaron que ya no habían vuelto a saber nada de él y María me confesó que cada vez sentía menos su presencia.
A veces sueño con haber sido el peregrino número cien y yo fui el instrumento para que Gedeón pudiera encontrar por fin ese descanso eterno, esa paz que se gana con los años y todas las vidas que consiguió salvar.
Últimamente, mis huesos ya no soportan el camino, se han vuelto frágiles y pesados, por eso voy como hospitalero a los albergues del camino, pero sigo soñando con encontrarme un día con Gedeón y si no es con él, al menos tener la fortuna de coincidir con otra anima errante que pueda confirmarme que al fin haya conseguido ese merecido descanso.
Cuando Simón termino de hablar se produjeron unos largos minutos de silencio, un denso silencio casi sepulcral. Al darse cuenta Simón que solo podía observarle y que mis sorprendidos ojos precian salirse de las orbitas, trato de tranquilizarme diciendo que estaba mostrando la misma expresión que debió tener él cuando escucho por primera vez esta historia.
-Igual que yo fui un elegido para poder verlo – continuo Simón – he considerado que tú también posees esa sensibilidad para ser conocedor de esta historia. Sé que con el tiempo llegaras a comprenderla y no te burlaras de ella como harían la mayoría de los que no estuvieran preparados para escucharla.
Desde entonces, cada vez que vuelvo al camino, al llegar al lugar que me indico Simón, siempre me desvió y en el bosque busco un tronco para sentarme y mientras fumo un cigarrillo trato de hablar con Gedeón.
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