Paz y bien:
Era un día frío de final de otoño; en lo alto de la montaña, una vez más, pude divisar la efigie de un peregrino… sobre impresionado en su camiseta el nombre de un lugar de origen, a miles de kilómetros de Santiago, y el nombre de una mujer.
Estaba agotado, lo orienté con respecto a dónde poder descansar. Tiempo después, aseado y reposado, entablamos una espontánea conversación. Le pregunté sobre el porqué de su esfuerzo.
Efectivamente, su camino no es solo su camino, lo viene haciendo por una persona que está enferma.
La generosidad máxima: ofrecer el propio sacrificio (sacrum facere), que significa literalmente “hacer algo sagrado”, por otra persona cuya situación le impide en este momento realizar el Camino.
El peregrino, la peregrina, nunca camina a solas; a cuestas trae su vida, y nuestra vida está también poblada de nombres, de personas significativas que nos han ayudado puntualmente, o continuamente, para humanizarnos.
En la soledad del Camino, resuena la voz amable de la esperanza.
El amor no tiene fronteras: el amor es lo más sagrado.
Ultreia e Suseia.
Buen Camino.