A lo largo del Camino de Santiago encontrarás numerosos monasterios, prioratos o comunidades religiosas, que se rigen por la Regla de San Agustín. Te explicamos el origen de este modo de vida.
Historia de esta Regla
A finales del siglo IV, San Agustín escribió una regla destinada para ordenar la vida de las comunidades monacales. Había diferentes puntos de vista y fricciones entre los clérigos sobre varios temas de la vida religiosa. Entre ellos destacaba el ordenar prioridades entre los tiempos dedicados a la oración y contemplación con aquellos otros dedicados a la realización de labores mundanas.
Esta regla se extenderá por las diferentes comunidades de Europa debido a que sintetiza los diferentes aspectos de la vida monástica. El más conocido es la comunidad de bienes, imitando la vida en comunidad de los primeros cristianos, siguiendo los relatos de los Hechos de los Apóstoles.
Otro apartado importante es la vivencia en castidad de los miembros, así como, la obediencia al responsable de la comunidad. Dentro de estas comunidades religiosas todos sus miembros son iguales ante Dios, sin tener en cuenta del estamento social al que pertenezcan. Esta igualdad social no era muy común en la época de San Agustín.
Desde su origen, la regla agustiniana se distingue por ser moderada en su ascetismo sin perder de vista la caridad con los más débiles de la sociedad. La organización interna de la comunidad queda reflejada en la designación de diferentes oficios y tareas entre sus miembros, quedando siempre por encima el valor de lo común sobre lo privado. Mediante la oración y el análisis en hermandad de los actos de los miembros hacen que la mejora espiritual sea continua.
Los diferentes capítulos están inspirados en textos del Antiguo y Nuevo Testamento, es por ello por lo que las citas a estos textos son frecuentes en la regla.