Teodomiro de Iria
La historia tiene como protagonista a un ermitaño llamado Pelayo, que vivía en el bosque de Libedrón, en Galicia. En el año 812, este hombre observó unos misteriosos resplandores sobre un montículo del bosque durante varias noches consecutivas. Sorprendido por el hecho, fue a decírselo a Teodoiro, obispo de Iria Flavia (en el actual concello de Padrón, cerca de Santiago). Al ir a investigar el asunto, el obispo descubrió el sepulcro que contenía los restos del Apóstol Santiago. Rápidamente puso esta noticia en conocimiento del rey Alfonso II. Nació así la historia que impulsaría las peregrinaciones a la tumba de Santiago hasta nuestros días.
Cabe añadir que, siglos más tarde, en el año 1955, se encontró la tumba de Teodomiro en unas excavaciones en la Catedral de Santiago. Este hecho confirmó la existencia real de este personaje. Por las inscripciones que hay en la lápida, sabemos que murió en el año 847.
Los expertos señalan que el hecho de que fuera enterrado en la catedral, y no en Iria Flavia como correspondería a su cargo, es el primer indicador de la popularidad y del poder que alcanzó Compostela gracias al Camino de Santiago.
En el mismo siglo IX se publicó este relato del hallazgo de la tumba del apóstol. La península se encontraba en pleno auge de la amenaza árabe. El miedo a la pérdida de la cristiandad en los reinos peninsulares alentó las peregrinaciones a la tumba del santo. Esto supuso un aliciente para la fe popular. Esta historia se conoce como la ‘invención’ de Teodomiro y puede leerse en su Cronicon Irense.